Criar hijos es un proceso hermoso pero estresante. Se requiere de mucho entrenamiento para no perder el control en situaciones que nos molestan o nos preocupan de nuestros hijos.
Cuando los gritos se convierten en lo habitual en la familia, aunque les pidamos disculpas, ya no habrá vuelta atrás. Así lo dice la psicóloga Piedad Gonzáles Hurtado. Los gritos constantes, asegura, tienen un impacto en el cerebro y el desarrollo neurológico del niño.
Cómo afectan los gritos a los niños
Según un estudio de la Universidad de Pittsburgh y la Universidad de Michigan, los gritos de los padres pueden afectar a los niños de las siguientes maneras:
El gritar tiene la función, en la especie humana, de alertar de algún peligro. Cuando les gritamos a nuestros hijos, sin importar la edad que tengan, se dispara la hormona del estrés que predispone el cuerpo para huir o atacar. El cuerpo del niño se tensa y sus pensamientos se bloquean.
Cuando les gritamos a los niños, el cuerpo calloso, el cual es la unión de los dos hemisferios del cerebro, recibe menos flujo sanguíneo, lo que afecta su equilibrio emocional y su capacidad de atención.
Los niños que han sido sometidos a la violencia verbal desarrollan problemas de comportamiento si se comparan con los niños que no han experimentado esta violencia.
Estos comportamientos van desde problemas de rendimiento, peleas con compañeros de clase, mentiras a los padres y síntomas de depresión y tristeza.
No podemos olvidar que los gritos también afectan la autoestima del niño. Si le gritamos, el niño sentirá que no es apreciado ni amado, aunque la intención de los padres nunca sea herir su estima.
Por qué los padres les gritan a los niños
Si los padres sabemos que gritar le hace daño a nuestros hijos, ¿entonces por qué lo hacemos? Lo hacemos por dos razones principales:
Porque dejamos que el estrés nos controle, explotamos y derramamos toda nuestra ira sobre lo que tenemos más cerca: nuestros hijos.
Porque repetimos los patrones de crianza que tuvimos en nuestra infancia. Copiamos conductas de nuestros padres y las repetimos con nuestra familia. Desaprender esos comportamientos es una alternativa saludable, así nuestros hijos no continuarán el ciclo de la violencia verbal.
Preparémonos para que la crianza no se convierta en un guerra a gritos entre los padres y los hijos. Disciplinar sin gritos es posible.